martes, 9 de noviembre de 2010

Los Muros Invisibles

Latinoamérica ha puesto la piel, y fue despellejada por invasiones que arrasaron y asolaron su patrimonio cultural preexistente. Aniquilaron los dioses, las costumbres y la buena fe de los originarios dueños de estas tierras.

Esto parece haber dejado una huella indeleble. Una y otra vez, hemos sufrido diferentes “invasiones” que se han instalado degradando lo propio, el patrimonio cultural autóctono. Así, hoy hablamos un lenguaje que justificamos como globalizado, que nos parece natural, pero en Europa, por ejemplo, no resulta tan fácil extranjerizar los idiomas. De hecho, en España, ha tomado relevancia el dialecto, si bien saben hablar castellano, en cada provincia, se impulsa el manejo de los dialectos locales y se castellaniza cualquier palabra foránea, así escuchamos “el WIFI” o el “JERSEY” pronunciados como se lee en castellano, y enlace en lugar de link o clic en vez de “click”.

El europeo tiene celo y mima su cultura y su idioma y no solo lo mantiene por generaciones en sus colectividades al emigrar, sino que lo transmitió y hasta lo impuso en sus colonias; desde las costumbres culinarias hasta la vestimenta o el idioma. Siempre se ocupa de dejar una huella de su paso.

Nosotros también dejamos huella, todos lo hacemos. Pero somos más flexibles, más permisivos y también más lábiles a veces. Tomamos palabras que se acomodan a diferentes modas y tecnologías “web, link, loser,…” pero olvidamos que coca, chinchilla, guano, palta, vizcacha, tiza, tomate, aguacate, ombú, tapir, boldo, malón, cacao y hasta el riquísimo chocolate vienen de nuestras tradicionales lenguas americanas originarias y todavía persisten, como el eco de una civilización que se niega a ser olvidada, que insiste desde la verba por su inclusión y su incorporación.

No hace falta recordar que la llegada de la propiedad privada fue el primer muro visible que se levantó. Los recursos que antes eran libres, de todos, comenzaron a tener dueño, ¿Cómo se llega a comprender ese límite repentino?. El indio y el gaucho padecieron este quiebre, con el alambrado se les limitó el acceso a los recursos y aquellos que bregaron por subsistir como etnia diferenciada, quedaron cada vez más aislados. Sólo los que encontraron un hueco por el cual filtrarse y traspasar ese muro, pudieron acceder a la nueva realidad.

Hoy en día, se siguen conservando comunidades aisladas de pueblos originarios como si fuesen reliquias, piezas de museo o atractivos turísticos en distintos lugares de América. Pero no son ellos los únicos aislados.

Tenemos un país, una América que no sólo es un vergel, sino que además tiene la riqueza de ser cosmopolita, por haber acogido una y otra vez a todos aquellos que han decidido habitar junto a nosotros. Sin políticas de exclusión contra ningún extranjero como tienen otras latitudes. Muchos de ellos son nuestros abuelos, divina fusión que nos permite hoy estar aquí debatiendo sobre nuestra cultura y nuestra identidad.

A los europeos se les recibió con calidez, tal vez porque, de algún modo, representan al llamado Primer Mundo aún cuando los llegados estén lejos de esa realidad. ¿Qué nos pasa entre nosotros, puertas adentro? ¿Por qué seguimos levantando muros invisibles?


Los muros invisibles hoy

El Día de la Tradición se celebra al día siguiente a la caída del Muro de Berlín. La contundencia de las barreras físicas genera claridad. Pero hay otros muros a los que parece que la humanidad se va acostumbrando. Son muros velados, silenciosos, escondidos y, con el paso del tiempo, la costumbre los torna invisibles, los incorpora al paisaje cotidiano. Así, una vez invisibles, no es fácil que vuelvan a lograr vigencia. Es necesario esperar hasta que, en algún momento, un número representativo de individuos, una "masa crítica" que quedó del otro lado de ese muro lo torna visible y logra estrategias que lo insertan en el ámbito tangible nuevamente. Esto no derriba el muro, pero al menos le da identidad y voz.

Los muros diarios se han arraigado tanto en la vida cotidiana, que ya no son visibles, al no tener límite físico contundente, resulta más fácil ignorarlos. Algunos de esos muros son la pobreza, el hambre, la marginalidad, la muerte evitable, la falta de acceso universal a los recursos básicos, la educación y la salud segmentadas de acuerdo a diferentes núcleos de privilegio, al mejor postor, generan rupturas socio-culturales que día a día se acrecientan.

Estas rupturas generan el rechazo de la cultura del otro, como si sólo existiera una forma ver la vida el mundo. Estos rechazos, a la vez, provocan choques permanentes, celos y resentimientos en los extremos, aunque hay una gran franja de convivencia neutral, hacia los extremos van creciendo las diferencias y los recelos.

Otro de los muros que hoy persiste, es la violencia de género. Mujeres agredidas psicológica o físicamente en el ámbito familiar, social o laboral. Este es un muro global y no pertenece a una clase socio-cultural, es un muro transversal.

En la época en que al gaucho le levantaron los alambrados y aquel ganado que era de todos quedó encerrado y que había que robarlo, hacer cuatrerismo para comer. Ese conflicto hoy cambió su escenario por uno más moderno, con sus personajes y su vestuario, se manifiesta del mismo modo.

También están tras los muros los que bregan día a día por un mundo más accesible, porque padecen alguna discapacidad o enfermedad rara que los diferencia y hace sentir segregados.

Estos muros se derriban con acciones contundentes, si a aquellos que están “del otro lado” se los ignora, en lugar de un país federal, una patria grande, pasamos a ser pequeños universos dentro de un territorio común. Con la discriminación y la escisión como banderas comunes.


Derribando Muros

En los ’70 había una serie llamada El Hombre Invisible. La invisibilidad le otorgaba a este señor la posibilidad de ganar las peleas sin más estrategia que la ceguera de su oponente. Como el Anillo de Giges, si se logra levantar muros invisibles, nadie tiene la culpa de lo que sucede.

Esto mismo ocurre con estos muros invisibles, son casi como los cristales de las salas de reconocimiento, sólo se ven de un lado, los ve el que los padece. Ellos tienen el anillo puesto al revés.

Primero tenemos que reconocerlos, ver que existen, hacernos eco de que pasa del otro lado de la realidad y aceptar que las múltiples realidades que no nos gustan existen y nada se resuelve con negarlas, saber que todos pertenecemos a alguna minoría y asumir que las diferencias nos enriquecen.

Sólo después de ver los muros y reconocerlos, la sociedad estará en condiciones de derribarlos para generar una red de canales transversales que colaboren con la incorporación de esas nuevas realidades. La aceptación y la inclusión como objetivos, el respeto por la cultura del otro y la fusión positiva como pilares.

Un claro ejemplo resultó ser el divorcio legal, así como la reciente ley de matrimonio homosexual. En ambos casos, una masa creciente de personas estaban excluidas. Con el divorcio las parejas separadas en los setenta no dejaban de enamorarse, lo hacían, volvían a enamorarse y se casaban en otros países, tenían hijos en concubinato. Cuando ese grupo creció lo suficiente, cuando alcanzó esa "masa crítica" tuvo voz, mostró una realidad imposible de  esconder bajo la alfombra. Es lo que ocurre cuando una realidad crece, es imposible esconderla.

Los cambios empiezan a acelerarse, las herramientas para concretar el cambio se tornan más accesibles, la difusión pasa a ser peligrosamente sencilla. Hoy cualquiera tiene acceso a divulgar incluso, una falacia y generar un caos mediático con ella. Estemos listos porque los cambios empiezan a precipitarse.

Los verdaderos cambios siempre emergen, primero asientan sus raíces luego, cuando ya están fuertes sus troncos, expanden sus ramas. Llega la hora de analizar esos cambios y generar el ámbito que facilite su inserción, asimilándose a lo existente y edificando nuevos escenarios en armonía con los viejos.

Los verdaderos cambios son piramidales, pero de pirámides invertidas, no como los negocios mágicos en los que uno está sentado sobre la pirámide, y supuestamente se enriquece vendiendo nada. Eso no funciona en el ámbito de los cambios culturales. Hay cambios espontáneos, pero son excepciones o consecuencias de tiempos de crisis. En general, los cambios necesitan estar asentados, ir encontrando su espacio, su terreno, e ir atravesando las diferentes realidades. En ese camino, toman su propio curso y, como el río, se nutren en el recorrido de los aportes y del intercambio.

Los hechos culturales o socio-culturales son, no se pueden frenar, tienen ente propio, vida propia. No podemos seguir esperando que ocurran sin colaborar, tenemos que comprometernos y estar ahí, donde acontecen. Prestar el oído, enterarnos a tiempo, promoverlos, difundirlos. Hay un amplio espectro de situaciones irregulares, marginales, subvaloradas, soslayadas esperando a que alguien se acerque y les ayude  a construir un puente de inclusión cultural, social, educativa.

No sirve quejarse de los resultados si no realiza el esfuerzo. Con nuestros dioses, nuestras ideas, nuestros sueños, sumando, aportando; con nuestro silencio y respeto, aprendiendo del otro. Nadie hace nada solo, todos necesitamos del otro, demos al otro lo que necesita de nosotros. Una sociedad nueva, moderna y justa se edifica con los ladrillos de la inclusión,  la incorporación de los diferentes en nuestras aulas, trabajos, barrios,… en nuestra vida. Todos somos diferentes.

Aprender y practicar la tolerancia. Los demás pueden gustarnos o no,  incluso puede que nosotros no les gustemos a ellos, pero están, son, viven y sueñan como todos nosotros. El cacique Sayhueque decía en una hermosa carta que escribió al Perito Moreno  “Es cierto que prometimos no robar y ser amigos, pero con la condición de ser hermanos". Es hora de derribar los muros o, por lo menos, de hacerlos visibles.

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