domingo, 10 de agosto de 2014

Por Algo Será

Homero Simpson se ha ganado el título "Mejor Personaje de los Últimos 20 años" en referencia a cine y TV. Si pensabas en tu serie favorita, en esa película que te dejó pensando toda la semana entre 1990 y 2010, te equivocaste. El mejor fue Homero.

Y fue el mejor, porque él te deja pensando más que una semana. Podés odiar a los Simpson, pero si lo ves a Homero, no zafás de sentir "cierta" identificación con él. Según Matt Groeing, el creador de los Simpson, Homero nos hace sentir identificados poque "todos nos sentimos impulsados por deseos que no podemos admitir", Homero es la expresión y la realización de todos esos deseos inadmisibles y los materializa en el maravilloso mundo de la ficción.

Un tipo que sube una montaña para llevar las cenizas de su madre al punto más alto de la misma y mientras sube tiene la intención de dejarlas a mitad de camino porque "no lo va a notar", o que por hacer una fila en la panadería descarga las aguas negras de su camión en el lago de su ciudad. Homero es un padre, un esposo, un empleado, un vecino que no mide sus acciones, que es capaz de espetar en la cara de quien sea lo primero que se le ocurre por doloroso que sea, sin filtros. Él es la verdad desnuda, sin anestesia.

Homero es, al mismo tiempo, un tipo de sentimientos nobles, con un padre, vecinos, sus amigos del bar, su empleo, una religión, una vida como la de cualquier ciudadano del mundo. Homero conserva la vida familiar, su padre está incorporado en la serie como parte de la rutina. Sus códigos no son confusos, él es rudimentario, pero sus sentimientos son sinceros. Al revés que lo que vemos a diario.

Además, el personaje es totalmente previsible, está elaborado con en sincronía con lo que el seguidor espera de él, su perfil hace que uno proyecte ciertas conductas y descarte otras en ese Homero que conoce hace 20 años. Siempre hay un momento en que el brillo de todo el capítulo, se lo lleva Homero Simpson. Un personaje que sufrió la censura. Un personaje que

Homero ha penetrado en el sentimiento de muchos porque, secretamente, hace lo que nos autocensuramos.

lunes, 13 de junio de 2011

Lo mejor del Borda, su gente.

Javier Calamaro convocó a un Festival por el Borda, el hospital de salud mental o manicomio de la Ciudad de Buenos Aires.

La convocatoria era acción en lugar de resignación. Hace más de cincuenta días que no hay gas en el Borda. Javier invitaba al encuentro diciendo “ya no esperamos que conecten el gas, pedimos abrigo”. La cita era a las 13 del sábado 11 de junio. Allí estuve, fuimos con Luciano, mi hijo de 12 años a dejar algunas cosas. Pedían frazadas, medias, zapatillas, ropa de abrigo, lo que tengas. Podés seguir llevando cualquier sábado, ellos se reúnen para hacer su programa y reciben allí las donaciones.

Destacaba Calamaro que en el Borda te encontrás con pacientes de todo tipo, incluso hay profesionales de distintas carreras que un día se refugiaron en la locura y no volvieron más, o al menos, no del todo.

Llegado el día, fuimos. Yo nunca había entrado al Borda, aunque durante los años que viví en zona Sur pasaba por la puerta a diario, hacía mucho tiempo que no pasaba por ahí pero cuando un barrio formó parte de tu historia, es difícil perderte.

Casi como una señal, llegamos a un semáforo y cuando se abrió el paso para nosotros, un silbato sonó. Detrás de un auto asomaba un loco lindo que parecía puesto ahí para guiarnos. Él parecía feliz sólo con hacer sonar el silbato y con entusiasmo daba la orden de avanzar, cual agente de tránsito, sólo que vestido de civil, de civil muy pobre. Verlo fue suficiente, era la calle indicada, aunque no había cartelito.

Al llegar no sabíamos que podés ingresar con el auto, por lo que dimos una vuelta enorme y al volver a llegar a la entrada, preguntamos tímidamente ¿Cómo llego al festival?  Y nos indicaron con una amabilidad que ya no está de moda cómo unirnos al resto de la gente.

Dentro del hospital, el paisaje es desolador, no creas que podés imaginarlo, es más deprimente que eso que puedas estar figurándote. No se puede comprender, ni aceptar y mucho menos resignarse a que un se lo haya abandonado tanto porque, al parecer, hay cosas más importantes y más rentables desde hace añares, que la dignidad de un puñado de locos.

Al recorrer el corto trayecto hasta el festival, comencé a entender el llamado de Javier. Sumar a lo que se ve, la falta de gas es inimaginable. Hay calles, como en otros hospitales, un par de barreras y garitas seguridad. Parque entre los pabellones, o más bien un terreno raleado que luciría muy diferente si acondicionaran el césped; enormes pabellones cuya pintura fue lavada por años o décadas de lluvias y vientos.

Dejamos el auto por ahí, bajé y caminé hacia un grupo de gente, adivinando que eran los que buscábamos. Apenas había dado unos pasos, Juan, uno de los internados en el Borda, se acercó con suma calidez a saludar y hasta se preocupó al verme sola. Estaba contento porque había muchas visitas y porque el sol lo abrigaba. Cuando le comenté que detrás venía mi hijo, su alegría fue enorme. Los presenté, Luciano habló con Juan unos minutos como si se conocieran, le preguntamos adónde había que dejar las cosas. Luciano notó que Juan no te contestaba una pregunta hasta que no respondías la de él, por lo que le contestó su edad y nos llevó hacia la pila donde había donaciones.

Nos cruzamos en ese momento con Javier Calamaro, saludando. Se notaba que lo quieren mucho, se sacaron una foto varios con él y hacían bromas. Lo acompañaron hasta el auto y se notaba el cariño que le tienen.

Juan se despidió, llegaba otro auto y parecía sentirse a cargo de recibir a cada uno. Las ganas con las que te recibe se adivinan en su rostro con cada persona que llega.

Luego empezó el programa de La Colifata. Nos quedamos un ratito porque aún no habíamos almorzado y ya eran más de las 2 de la tarde. El programa se hace al aire libre, se sientan en ronda y van presentándose todos. El sábado éramos muchos; por eso, fue al azar la presentación.

Nos contaron lo sabido, llevaban ya 52 días sin gas, al parecer cortado por obras del Gobierno de la Ciudad. No pueden calentar agua para el mate, ni bañarse, ni cocinar, ni encender una estufa… A la tristeza del paisaje la contrarrestaban el sol y la onda de la gente.

Nos habló Sergio, psicólogo que lidera el proyecto de La Colifata, acerca de su trabajo por la desmanicomialización, su proyecto está muy lejos de dejarlos en el olvido. Trabaja desde su lugar por un ambicioso objetivo: la integración y, para alcanzarlo, creo que es necesario que cada gobierno que haya en la Ciudad lo acompañe de cerca y dignifique las instalaciones y los servicios.

La tarde soleada y la gente que se acercaba a participar y a acompañarlos, les brindaba alegría y contención. Los profesionales y voluntarios que los acompañan, los tratan con respeto y como si por un momento se olvidaran de sus locuras. Ellos responden a ese estímulo, quieren contar cosas, compartir y, si alguno se desorganiza, lo retan con suavidad y cariño. 

Lo que más nos sorprendió, fue la risa espontánea, la alegría genuina que transmitían, la voluntad de hacer, la cordialidad que acompañan a los locos del Borda. Cuando salimos, Luciano comentó al pasar, si estos tipos no estuvieran locos, no podrían reírse viviendo ahí. Me dejó pensando ¿Hay que estar loco para reír? ¿Cuál es el límite entre la locura y la cordura? ¿No es de locos cortar el gas del Borda durante casi dos meses y dejarlos pasando frío?

Creo que más y más gente debería acercarse al Borda y aprender que aún en el paisaje más desolador, un loco puede reír a carcajadas con alegría genuina. Sería bueno poder hacer lo mismo sin cruzar ese límite tan frágil que lleva a la locura.

martes, 9 de noviembre de 2010

Los Muros Invisibles

Latinoamérica ha puesto la piel, y fue despellejada por invasiones que arrasaron y asolaron su patrimonio cultural preexistente. Aniquilaron los dioses, las costumbres y la buena fe de los originarios dueños de estas tierras.

Esto parece haber dejado una huella indeleble. Una y otra vez, hemos sufrido diferentes “invasiones” que se han instalado degradando lo propio, el patrimonio cultural autóctono. Así, hoy hablamos un lenguaje que justificamos como globalizado, que nos parece natural, pero en Europa, por ejemplo, no resulta tan fácil extranjerizar los idiomas. De hecho, en España, ha tomado relevancia el dialecto, si bien saben hablar castellano, en cada provincia, se impulsa el manejo de los dialectos locales y se castellaniza cualquier palabra foránea, así escuchamos “el WIFI” o el “JERSEY” pronunciados como se lee en castellano, y enlace en lugar de link o clic en vez de “click”.

El europeo tiene celo y mima su cultura y su idioma y no solo lo mantiene por generaciones en sus colectividades al emigrar, sino que lo transmitió y hasta lo impuso en sus colonias; desde las costumbres culinarias hasta la vestimenta o el idioma. Siempre se ocupa de dejar una huella de su paso.

Nosotros también dejamos huella, todos lo hacemos. Pero somos más flexibles, más permisivos y también más lábiles a veces. Tomamos palabras que se acomodan a diferentes modas y tecnologías “web, link, loser,…” pero olvidamos que coca, chinchilla, guano, palta, vizcacha, tiza, tomate, aguacate, ombú, tapir, boldo, malón, cacao y hasta el riquísimo chocolate vienen de nuestras tradicionales lenguas americanas originarias y todavía persisten, como el eco de una civilización que se niega a ser olvidada, que insiste desde la verba por su inclusión y su incorporación.

No hace falta recordar que la llegada de la propiedad privada fue el primer muro visible que se levantó. Los recursos que antes eran libres, de todos, comenzaron a tener dueño, ¿Cómo se llega a comprender ese límite repentino?. El indio y el gaucho padecieron este quiebre, con el alambrado se les limitó el acceso a los recursos y aquellos que bregaron por subsistir como etnia diferenciada, quedaron cada vez más aislados. Sólo los que encontraron un hueco por el cual filtrarse y traspasar ese muro, pudieron acceder a la nueva realidad.

Hoy en día, se siguen conservando comunidades aisladas de pueblos originarios como si fuesen reliquias, piezas de museo o atractivos turísticos en distintos lugares de América. Pero no son ellos los únicos aislados.

Tenemos un país, una América que no sólo es un vergel, sino que además tiene la riqueza de ser cosmopolita, por haber acogido una y otra vez a todos aquellos que han decidido habitar junto a nosotros. Sin políticas de exclusión contra ningún extranjero como tienen otras latitudes. Muchos de ellos son nuestros abuelos, divina fusión que nos permite hoy estar aquí debatiendo sobre nuestra cultura y nuestra identidad.

A los europeos se les recibió con calidez, tal vez porque, de algún modo, representan al llamado Primer Mundo aún cuando los llegados estén lejos de esa realidad. ¿Qué nos pasa entre nosotros, puertas adentro? ¿Por qué seguimos levantando muros invisibles?


Los muros invisibles hoy

El Día de la Tradición se celebra al día siguiente a la caída del Muro de Berlín. La contundencia de las barreras físicas genera claridad. Pero hay otros muros a los que parece que la humanidad se va acostumbrando. Son muros velados, silenciosos, escondidos y, con el paso del tiempo, la costumbre los torna invisibles, los incorpora al paisaje cotidiano. Así, una vez invisibles, no es fácil que vuelvan a lograr vigencia. Es necesario esperar hasta que, en algún momento, un número representativo de individuos, una "masa crítica" que quedó del otro lado de ese muro lo torna visible y logra estrategias que lo insertan en el ámbito tangible nuevamente. Esto no derriba el muro, pero al menos le da identidad y voz.

Los muros diarios se han arraigado tanto en la vida cotidiana, que ya no son visibles, al no tener límite físico contundente, resulta más fácil ignorarlos. Algunos de esos muros son la pobreza, el hambre, la marginalidad, la muerte evitable, la falta de acceso universal a los recursos básicos, la educación y la salud segmentadas de acuerdo a diferentes núcleos de privilegio, al mejor postor, generan rupturas socio-culturales que día a día se acrecientan.

Estas rupturas generan el rechazo de la cultura del otro, como si sólo existiera una forma ver la vida el mundo. Estos rechazos, a la vez, provocan choques permanentes, celos y resentimientos en los extremos, aunque hay una gran franja de convivencia neutral, hacia los extremos van creciendo las diferencias y los recelos.

Otro de los muros que hoy persiste, es la violencia de género. Mujeres agredidas psicológica o físicamente en el ámbito familiar, social o laboral. Este es un muro global y no pertenece a una clase socio-cultural, es un muro transversal.

En la época en que al gaucho le levantaron los alambrados y aquel ganado que era de todos quedó encerrado y que había que robarlo, hacer cuatrerismo para comer. Ese conflicto hoy cambió su escenario por uno más moderno, con sus personajes y su vestuario, se manifiesta del mismo modo.

También están tras los muros los que bregan día a día por un mundo más accesible, porque padecen alguna discapacidad o enfermedad rara que los diferencia y hace sentir segregados.

Estos muros se derriban con acciones contundentes, si a aquellos que están “del otro lado” se los ignora, en lugar de un país federal, una patria grande, pasamos a ser pequeños universos dentro de un territorio común. Con la discriminación y la escisión como banderas comunes.


Derribando Muros

En los ’70 había una serie llamada El Hombre Invisible. La invisibilidad le otorgaba a este señor la posibilidad de ganar las peleas sin más estrategia que la ceguera de su oponente. Como el Anillo de Giges, si se logra levantar muros invisibles, nadie tiene la culpa de lo que sucede.

Esto mismo ocurre con estos muros invisibles, son casi como los cristales de las salas de reconocimiento, sólo se ven de un lado, los ve el que los padece. Ellos tienen el anillo puesto al revés.

Primero tenemos que reconocerlos, ver que existen, hacernos eco de que pasa del otro lado de la realidad y aceptar que las múltiples realidades que no nos gustan existen y nada se resuelve con negarlas, saber que todos pertenecemos a alguna minoría y asumir que las diferencias nos enriquecen.

Sólo después de ver los muros y reconocerlos, la sociedad estará en condiciones de derribarlos para generar una red de canales transversales que colaboren con la incorporación de esas nuevas realidades. La aceptación y la inclusión como objetivos, el respeto por la cultura del otro y la fusión positiva como pilares.

Un claro ejemplo resultó ser el divorcio legal, así como la reciente ley de matrimonio homosexual. En ambos casos, una masa creciente de personas estaban excluidas. Con el divorcio las parejas separadas en los setenta no dejaban de enamorarse, lo hacían, volvían a enamorarse y se casaban en otros países, tenían hijos en concubinato. Cuando ese grupo creció lo suficiente, cuando alcanzó esa "masa crítica" tuvo voz, mostró una realidad imposible de  esconder bajo la alfombra. Es lo que ocurre cuando una realidad crece, es imposible esconderla.

Los cambios empiezan a acelerarse, las herramientas para concretar el cambio se tornan más accesibles, la difusión pasa a ser peligrosamente sencilla. Hoy cualquiera tiene acceso a divulgar incluso, una falacia y generar un caos mediático con ella. Estemos listos porque los cambios empiezan a precipitarse.

Los verdaderos cambios siempre emergen, primero asientan sus raíces luego, cuando ya están fuertes sus troncos, expanden sus ramas. Llega la hora de analizar esos cambios y generar el ámbito que facilite su inserción, asimilándose a lo existente y edificando nuevos escenarios en armonía con los viejos.

Los verdaderos cambios son piramidales, pero de pirámides invertidas, no como los negocios mágicos en los que uno está sentado sobre la pirámide, y supuestamente se enriquece vendiendo nada. Eso no funciona en el ámbito de los cambios culturales. Hay cambios espontáneos, pero son excepciones o consecuencias de tiempos de crisis. En general, los cambios necesitan estar asentados, ir encontrando su espacio, su terreno, e ir atravesando las diferentes realidades. En ese camino, toman su propio curso y, como el río, se nutren en el recorrido de los aportes y del intercambio.

Los hechos culturales o socio-culturales son, no se pueden frenar, tienen ente propio, vida propia. No podemos seguir esperando que ocurran sin colaborar, tenemos que comprometernos y estar ahí, donde acontecen. Prestar el oído, enterarnos a tiempo, promoverlos, difundirlos. Hay un amplio espectro de situaciones irregulares, marginales, subvaloradas, soslayadas esperando a que alguien se acerque y les ayude  a construir un puente de inclusión cultural, social, educativa.

No sirve quejarse de los resultados si no realiza el esfuerzo. Con nuestros dioses, nuestras ideas, nuestros sueños, sumando, aportando; con nuestro silencio y respeto, aprendiendo del otro. Nadie hace nada solo, todos necesitamos del otro, demos al otro lo que necesita de nosotros. Una sociedad nueva, moderna y justa se edifica con los ladrillos de la inclusión,  la incorporación de los diferentes en nuestras aulas, trabajos, barrios,… en nuestra vida. Todos somos diferentes.

Aprender y practicar la tolerancia. Los demás pueden gustarnos o no,  incluso puede que nosotros no les gustemos a ellos, pero están, son, viven y sueñan como todos nosotros. El cacique Sayhueque decía en una hermosa carta que escribió al Perito Moreno  “Es cierto que prometimos no robar y ser amigos, pero con la condición de ser hermanos". Es hora de derribar los muros o, por lo menos, de hacerlos visibles.

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